📉 Decreciente
La ley de la utilidad marginal decreciente es un concepto económico que me obsesiona. Básicamente establece que el consumo de un bien resulta menos útil a medida en que más unidades de este consumimos. El mejor ejemplo es el del salario: pasar de ganar 1.000 euros al mes a ganar 3.000 nos cambia la vida por completo, pero pasar de ganar 10.000 a 12.000 no supondría gran cosa.
En ambos casos nuestros ingresos mensuales aumentan en 2.000 euros, pero el efecto en su utilidad es muy distinto. Hasta tiene un impacto mucho mayor pasar de 1.000 a 3.000 que pasar de 10.000 a 30.000. Si además ese incremento nos supone una vida mucho más estresada o quedarnos sin tiempo libre, suena a mal negocio. Alguna vez he leído que el punto dulce está en torno a los 4.000 euros al mes (quizás ahora más con la inflación): a partir de ahí, los sacrificios no suelen compensar los incrementos.
La grandeza de este concepto es cuando empiezas a aplicarlo a muchos más ámbitos de la vida. Ningún coche anima tanto como el primero que consigues, de segunda mano y ajado, a los veinte años. Cuando eres rico y te compras el sexto para proyectar status e intentar llenar la autoestima, el subidón del Porsche te dura cinco días. Luego es otro pasivo consumiendo mucho más de lo que te aporta.
La veintena es una etapa preciosa para entender la utilidad marginal decreciente. Cuando conozco a alguien de menos de 22 años que vive obsesionado con las criptomonedas y habla de inversiones e indexados me recorre la espalda un sentimiento agridulce. Más agrio que dulce. Ojalá yo me hubiese preocupado más por mis finanzas a esa edad, pero no recomendaría a nadie que esté en ella ahorrar demasiado, más allá de un colchón básico: es la edad en la que vivir experiencias que solo puedes vivir en la veintena, no de andar pegado a Yahoo Finance revisando cuánto has perdido cada media hora. Y no suelen ser experiencias caras.
Dos meses antes de tener mi primer sueldo completo, mis amigos de toda la vida y yo viajamos a A Coruña para visitar a uno que se había ido de Séneca. 1.000 kilómetros ida y 1.000 kilómetros vuelta en un Golf alquilado con cinco tíos dentro. Mido 1,90 m. Fue increíble. Todo el viaje me costó 250 euros y estuve a punto de no ir, porque prácticamente suponía quedarme a cero hasta que mi jefe de entonces se acordase de volver a pagarme 55 euros en un sobre.
Unos años después me gasté diez veces más en un viaje a Nueva York. Estuvo genial y volvería mañana mismo, pero aquellos 250 euros a los 22 años me compraron mucha más felicidad y recuerdos imborrables que 2.500 euros casi a los 30. Utilidad marginal decreciente de manual. De la misma forma, 100 euros significaban muchísimo más para mí a los 20 que a los 30, como imagino que para casi cualquiera. Sigue siendo un buen dinero, pero perderlos no me quitaría el sueño. Palmar 100 euros a los 20 me comprometía el semestre.
El concepto sirve más allá del dinero. Cuando llevas cuatro horas limpiando la casa, seguramente no merezca la pena invertir una quinta hora. La limpieza será más que suficiente, y el salto ya será inapreciable. Mucho mejor resultaría invertir esa hora en descansar o en hacer cualquier otra cosa. Es un pensamiento recurrente que tengo: ¿a partir de qué momento estoy invirtiendo demasiado tiempo en algo sin que la mejora adicional lo justifique?
3 recomendaciones
🍿 Quédate a mi lado (Netflix). Miniserie de ocho episodios que disfruté mucho. Se le ven algunas costuras, pero tras su título, digno de una comedia romántica, hay un thriller que engancha. Es una adaptación de una novela de Harlan Coben, y se nota sobre todo en su tendencia a conectar historias inicialmente aisladas.
🚡Tour virtual por los países escandinavos. Quien dice "tour virtual" dice "sucesión de vídeos", pero es un vistazo chulo, sobre todo para los que nos barruntamos que tenemos un carácter que encaja mejor en el norte que en el sur.
📕 Sabrina, de Nick Drnaso. Una lección de storytelling a través de la novela gráfica. Sensibilidad.