En algún momento en torno a ¿2015? empezó a ser bastante palpable que Facebook, como red social, se estaba quedando atrás. Los adolescentes no querían ni oír hablar de ella, de la misma forma que jamás irían a una discoteca a la que también van sus padres. Los jóvenes ya estaban entregándose en masa a Instagram y Facebook se fue quedando como un reducto de cada vez menor caché en el que solo abundaban mayores de 50 y gente que necesitaba desahogarse políticamente.
Las cifras, en cambio, contaban una historia diferente. Trimestre tras trimestre la empresa iba dando números de usuarios activos que se superaban cuando parecía que ya se había alcanzado todo límite razonable. Esa cifra siguió creciendo hasta el día de hoy, cuando parece que ya se ha tocado techo con casi casi 3.000 millones de usuarios que al menos una vez al mes visitan la red social.
Cualquiera con menos de quince dioptrías sabe perfectamente que Facebook es un zombi que no tiene recorrido más allá de una herencia rentable que hay que mantener hasta que no dé más leche, que Zuckerberg acertó de lleno comprando Instagram y WhatsApp, y que hablar de futuro mencionando cualquier cosa que no sea TikTok y realidad virtual / aumentada es mera entelequia.
Muchos supimos ver, porque tenía un rótulo de 30 metros en neón, que pese a lo que dijeran las cifras, ya hacía muchas lunas que Facebook estaba de capa caída, perdiendo relevancia, aunque enmascarado en resultados récord. Ojalá tuviese la misma clarividencia para más escenarios de la vida, porque saber detectar cuándo es el "momento Facebook" de empresas o proyectos de cualquier índole es un superpoder para la vida en general.
Ver las cifras de Facebook en 2015 o 2016, de récord en récord, y no pensar que su pico de relevancia ya había pasado, era como la tripulación del Titanic pidiendo a los pasajeros que no se desanimasen por la colisión contra el iceberg, que la orquesta seguía tocando en cubierta y aceptaba peticiones.
Javier Echaleku, un emprendedor que tiene su negocio en mi ciudad, contó hace más de diez años en un largo artículo cómo se arruinó emprendiendo (y de lo que feliz y sabiamente pudo recuperarse). Leí aquello en su momento y hasta hace unos meses no lo asocié a su nombre. Una de las frases que no olvidé en esos años fue la siguiente:
Recuerdo que en repetidas ocasiones mi director financiero me decía, –Javi, o hacemos algo o nos queda menos de 1 año de vida. Yo le miraba y le replicaba –Qué sabrás tú, esto no hay quien lo pare, hombre de poca fe.
Lamentablemente, el director financiero tenía razón. El director financiero era el que supo ver que esa empresa estaba caminando hacia el abismo, que Facebook ya tenía fecha de caducidad y que en el Titanic no había botes salvavidas para todos.
La propia Facebook dio señales de ser consciente de que su red social ya era un limón rancio, pero se empeñaba demasiado en seguir sacándole gotas de zumo. La iniciativa de llevar Internet a zonas desconectadas vía drones (simplemente para conseguir más usuarios de Facebook), por ejemplo, fue una forma perfecta de demostrar un empecinamiento excesivo en mantener artificialmente algo que orgánicamente ya daba señales de agotamiento.
Cuando iba de discoteca me solía fijar en el lugar de las salidas de emergencia por si ocurría algo y necesitaba huir, pero mi estrategia no iba más allá. Años después asumí que ante un suceso catastrófico tenía sentido ponernos a salvo, los míos y yo, antes de gritar histérico que hay un incendio. Dar la voz de alarma demasiado pronto podía implicar no salir de allí a tiempo.
Algo similar ocurre con detectar estos "momentos Facebook". La mejor hora para bajarse de un carro no es cuando nos hemos quedado tirados en la vereda, sino cuando somos capaces de detectar que la inercia deja de ser buena y los neumáticos siguen rodando, pero ya están demasiado parcheados. Pero claro, en las rachas buenas es cuando más difícil resulta entender el momentum. Los grandes cataclismos ocurren poco a poco.
3 recomendaciones
🍿 Vota Juan (HBO Max). Más de dos años me ha costado darle una oportunidad a esta serie por mis prejuicios sobre las comedias españolas. Me ha dado, merecidamente, en todos los morros. Quizás me haya gustado, además de por el guión y la interpretación de los protagonistas, por lo mucho que me recuerda Juan Carrasco a George Costanza (Seinfeld): un miserable que nos recuerda a nuestros peores instintos. Un antihéroe.
🎥 Escape from the Office, un corto de Apple que es pura narrativa y contenido de marca, disfrutable al margen de que la marca te entusiasme o no.
🎶 Pop sintetizado, una playlist en Apple Music de cosecha propia que me recuerda a los felices 90, aunque haya muchos temas anteriores y posteriores.