🤠 Raros
El sábado pasado me leí casi del tirón sobre una tumbona el libro 'Todos somos un poco raros', de Seth Godin, uno de mis autores favoritos. En sus páginas explicaba que tradicionalmente, en cualquier sector, en cualquier índole, existía una masa que acaparaba la mayoría.
En un pueblo, una ciudad, incluso un país, la gran mayoría de la gente se repartía unas pocas inquietudes.
En la televisión, todos veíamos unos pocos canales.
En la gastronomía, todos íbamos a los mismos tipos de restaurantes.
Todos esos ámbitos se podían representar mediante una campana de Gauss. Los que estaban en el centro, amplia mayoría, eran la masa, la gente normal. En los extremos se concentraban los raros. Unos pocos que se alineaban fuera de la norma.
Los espectadores de Telecinco, Antena 3 y La 1 estaban en el centro. Maldini intercambiando VHS de partidos de la segunda división mexicana que le enviaban por correo postal desde el otro lado del Atlántico a principios de los noventa estaba en un extremo.
Esos raros, esas minorías, podían ser también los obsesionados por el críquet en un país como España; los homosexuales en un pueblo de 5.000 habitantes y costumbres muy tradicionales o los entusiastas de la comida libanesa en una época donde la restauración española apenas salía de los platos combinados y los menús del día. Toda esa gente se ubicaba en los extremos.
Hoy esa campana de Gauss se ha ido aplanando. Cada vez hay menos gente normal, digamos; cada vez se van ampliando más los extremos, que llegan más a los lados y son un poco más altos. Todos somos cada vez más raros, más singulares; sobre todo desde que Internet nos permite conectar con nuestros iguales por afinidad, no por geografía o clase. El amante de Warhammer que vivía en un entorno rural durante los noventa no tenía muchas oportunidades de comprar material, y menos todavía de compartir su afición con otras personas. Si quería hacerlo, estaba condenando a moverse. Mucho. A visitar otras ciudades y perder tiempo y dinero para poder cultivar ese hobby, expresarse y aprender del resto. No solía salir a cuenta.
Eso ya es anacrónico. El que vive en Albocàsser o en Alanís no está así de limitado, por fortuna. Ya no necesita desechar sus gustos para adaptarse a los de la mayoría de su entorno.
En Reddit y otros tipos de foros hay comunidades de personas que se pasan el tiempo debatiendo sobre tarifas móviles y de fibra, o sobre tricotaje, o sobre Star Wars. Cada día. Especial mérito para estos últimos, que hasta 2015 estuvieron debatiendo una y otra vez sobre las mismas seis películas.
Internet cambió las reglas. La televisión lineal, culmen de la masa y de una campana de Gauss tradicional, empezó a perder audiencias por millones cuando pasamos de tener cinco o seis canales que elegir a una infinidad de contenido bajo demanda en Netflix y compañía, a YouTube, a Twitch. Y así, en nuestra singularidad, fuimos abrazando desde series que no dejan de formar parte de esa masa, como Juego de Tronos o The Office, a extrañezas en torno a nuestras verdaderas pasiones.
Los momentos de regreso efímero al centro de la campana de Gauss tienen un componente de reencuentro. Por ejemplo, cuando una noche al año ignoramos las aplicaciones de streaming y hasta a Ibai para enchufarnos Eurovision y sentir de nuevo ese sentimiento de pertenencia a la masa, de comunión con conocidos y desconocidos. De cuando veíamos ese canal porque apenas teníamos más opciones. Eso también reconforta.
En el otro extremo, los que necesitan a la masa y no se adaptan a este cambio. Los que echan de menos los tiempos de la homogeneidad, cuando podían dirigirse a un solo ente para vender sus productos y les funcionaba.
Vivan los raros, amigos, que además cada vez somos más. Todos lo somos, en mayor o menor medida, y todos estamos cada vez más acompañados y tenemos más facilidad para conectar con quienes compartimos una cruz en esa campana. Los practicantes de la micología, los amantes de los agapornis o los que no solo queremos ser los primeros en probar nuevas tecnologías, sino hasta utilizar sus versiones beta.
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