Una de las consecuencias de ir cumpliendo años es que las conversaciones del grupo de amigos versan cada vez más sobre el pasado y menos sobre el presente.Recordamos las anécdotas de cuando vivÃamos más intensamente, las de cuando tenÃamos 16, 18, 20 años. Si sacase una gráfica de columnas con las anécdotas que rememoramos una y otra vez, la distribución serÃa muy desigual. Casi todas ocurrieron en esa época, y a medida que pasaron los años, nos fuimos moderando. Como casi todo el mundo, imagino.La cuestión es que a menudo esas conversaciones acaban derivando en propuestas de pasar de la memoria a la acción. "Tenemos que volver a hacer una noche de esas", dice alguien. "Sà sÃ, pero todos, ¿eh? Como la noche en que pasó lo de...", responde el otro.La nostalgia nos invade y acabamos obviando algo esencial: los recuerdos maravillosos, como los besos de los quince años o las noches locas que no se le pueden contar a cualquiera, duran lo que deben durar. No más.Ese carácter pasajero y frágil, anclado a una etapa de nuestra vida, es lo que los convierte en inmortales, y por mucho que nos empeñemos en volver a ellos, jamás podrán repetirse. Como si recreamos hasta los atuendos de aquel dÃa: nunca será lo mismo.Tampoco es dramático. Algo de lo que más recordamos son las no menos de cuatro ocasiones en las que uno de nosotros, por acción o inacción, estuvo a punto de matarnos al resto. No hace falta repetir todo lo memorable.Lo efÃmero suele ser bello precisamente por ser efÃmero.
💨 EfÃmero
💨 EfÃmero
💨 EfÃmero
Una de las consecuencias de ir cumpliendo años es que las conversaciones del grupo de amigos versan cada vez más sobre el pasado y menos sobre el presente.Recordamos las anécdotas de cuando vivÃamos más intensamente, las de cuando tenÃamos 16, 18, 20 años. Si sacase una gráfica de columnas con las anécdotas que rememoramos una y otra vez, la distribución serÃa muy desigual. Casi todas ocurrieron en esa época, y a medida que pasaron los años, nos fuimos moderando. Como casi todo el mundo, imagino.La cuestión es que a menudo esas conversaciones acaban derivando en propuestas de pasar de la memoria a la acción. "Tenemos que volver a hacer una noche de esas", dice alguien. "Sà sÃ, pero todos, ¿eh? Como la noche en que pasó lo de...", responde el otro.La nostalgia nos invade y acabamos obviando algo esencial: los recuerdos maravillosos, como los besos de los quince años o las noches locas que no se le pueden contar a cualquiera, duran lo que deben durar. No más.Ese carácter pasajero y frágil, anclado a una etapa de nuestra vida, es lo que los convierte en inmortales, y por mucho que nos empeñemos en volver a ellos, jamás podrán repetirse. Como si recreamos hasta los atuendos de aquel dÃa: nunca será lo mismo.Tampoco es dramático. Algo de lo que más recordamos son las no menos de cuatro ocasiones en las que uno de nosotros, por acción o inacción, estuvo a punto de matarnos al resto. No hace falta repetir todo lo memorable.Lo efÃmero suele ser bello precisamente por ser efÃmero.