Hace unos días, en mitad de las vacaciones, hoyo en la playa va, protector solar viene; encontré un tuit que no he podido volver a localizar en el que hablaban del estupendo-con-asteriscos documental de Netflix 'The Last Dance', básicamente una hagiografía de Michael Jordan.Decían en él que Jordan, con dinero en el banco por castigo y unos activos que se aseguran de que nunca acabe arruinado en una cuneta, no lo hizo por parné: "apenas" ingresó por él cuatro millones de dólares, una cifra seguramente muy por debajo de su valor de mercado y que además solo supone un error de redondeo en la facturación de la marca Jordan dentro de Nike.Tampoco lo hizo por ego, o eso se supone y podemos asumir como válido si aceptamos la teoría de que lo hizo como una forma de asegurarse de que las nuevas generaciones, las que nacieron mucho después de que acertase su último tiro libre con los Wizards, conociesen su figura y legado. En el fondo, por cierta dosis de ego; o también para que sigan comprando zapatillas y sudaderas con el logo de su silueta.Tiene sentido: un documental en el mejor escaparate para los veinteañeros a nivel global, Netflix, con el que asegurarse de que van a seguir pasando por caja para llevar unas Jordan.Recordando aquellos días de confinamiento duro viendo 'The Last Dance' me acordé de uno de los pasajes que más me impactaron: la necesidad de inventarse enemigos para mantener alta la motivación por conservar el liderazgo.Suele ocurrir en entornos altamente competitivos, como el deporte de élite: una vez se llega a la cima, la motivación inherente a la condición de perseguidor se evapora, y hay que reemplazar el aliciente extrínseco por uno intrínseco.Dicho de otro modo: asumir que el que tienes detrás se reirá de ti y te humillará en cuanto logre adelantarte. O entender que en cuanto bajes los brazos ya no será uno sino cinco o seis los que te pasarán por encima y perderás la trascendencia, la gente te olvidará y serás algo peor que un mediocre: una gloria venida a menos.Quizás no sea cierto, o sea una realidad muy deformada, o la distancia respecto al segundo es muy acentuada, pero cada uno imagina los monstruos que necesita.
🏀 Perseguidores
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Hace unos días, en mitad de las vacaciones, hoyo en la playa va, protector solar viene; encontré un tuit que no he podido volver a localizar en el que hablaban del estupendo-con-asteriscos documental de Netflix 'The Last Dance', básicamente una hagiografía de Michael Jordan.Decían en él que Jordan, con dinero en el banco por castigo y unos activos que se aseguran de que nunca acabe arruinado en una cuneta, no lo hizo por parné: "apenas" ingresó por él cuatro millones de dólares, una cifra seguramente muy por debajo de su valor de mercado y que además solo supone un error de redondeo en la facturación de la marca Jordan dentro de Nike.Tampoco lo hizo por ego, o eso se supone y podemos asumir como válido si aceptamos la teoría de que lo hizo como una forma de asegurarse de que las nuevas generaciones, las que nacieron mucho después de que acertase su último tiro libre con los Wizards, conociesen su figura y legado. En el fondo, por cierta dosis de ego; o también para que sigan comprando zapatillas y sudaderas con el logo de su silueta.Tiene sentido: un documental en el mejor escaparate para los veinteañeros a nivel global, Netflix, con el que asegurarse de que van a seguir pasando por caja para llevar unas Jordan.Recordando aquellos días de confinamiento duro viendo 'The Last Dance' me acordé de uno de los pasajes que más me impactaron: la necesidad de inventarse enemigos para mantener alta la motivación por conservar el liderazgo.Suele ocurrir en entornos altamente competitivos, como el deporte de élite: una vez se llega a la cima, la motivación inherente a la condición de perseguidor se evapora, y hay que reemplazar el aliciente extrínseco por uno intrínseco.Dicho de otro modo: asumir que el que tienes detrás se reirá de ti y te humillará en cuanto logre adelantarte. O entender que en cuanto bajes los brazos ya no será uno sino cinco o seis los que te pasarán por encima y perderás la trascendencia, la gente te olvidará y serás algo peor que un mediocre: una gloria venida a menos.Quizás no sea cierto, o sea una realidad muy deformada, o la distancia respecto al segundo es muy acentuada, pero cada uno imagina los monstruos que necesita.